Entender a la salud desde diferentes ámbitos, a partir de las circunstancias en las que las personas nacen y desarrollan su vida, los sistemas de salud, la política pública, los factores medioambientales, entre otros, es comprenderla desde el enfoque que plantea la Ecosalud. Las condiciones sanitarias y de vida de las mujeres embarazadas, los recién nacidos y los niños de hasta dos años de vida pueden mirarse desde esta óptica sistémica.
Esta visión integral toma en cuenta la diversidad de factores que inciden en la presencia o ausencia de alguna enfermedad en el ser humano y no solo contempla que la salud de las personas depende de los efectos de bacterias, virus, parásitos o sustancias tóxicas. La Ecosalud aborda lo que se conocen como determinantes sociales de la salud, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) “son las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas”.
Estos determinantes, que abordan la mayoría de las inequidades sanitarias que existen dentro y entre los países, pueden ser evitados o mitigados. De acuerdo con lo establecido por la Comisión Sobre Determinantes de la Salud, las recomendaciones para superar estas brechas están relacionadas con mejorar las condiciones de vida cotidianas; luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos y la medición y análisis del problema.
Para analizar los determinantes debemos comprender que existen dimensiones singulares, particulares y generales, que condicionan el estado de salud de los individuos y las sociedades. Las dimensiones singulares se refieren a al ser humano como individualidad o al microrganismo como un ente aislado. Las leyes que se mueven en esta dimensión son las de la biología, pero interactúa con las demás dimensiones. Los síntomas de una enfermedad, las expresiones clínicas de un contagio, las condiciones de salud de cada organismo son parte de esta dimensión. Por ejemplo, el estado nutricional, patologías existentes, la condición de embarazada o lactante, son aspectos importantes a tomar en cuenta, para que las intervenciones terapéuticas sean las adecuadas.
Las dimensiones particulares consideran al ser humano desde una mirada colectiva. Como familia, clase social o grupo laboral y las relaciones existentes entre estos grupos, con la sociedad y la naturaleza. Las leyes que rigen esta dimensión se mueven en las ciencias sociales, cuyo dominio permite descubrir las particularidades sociales y económicas de dichos colectivos humanos. La calidad del transporte público, el nivel de ingresos económicos, el acceso a los servicios básicos, son ejemplos de estas particularidades de cada colectivo, que inciden en el estado de salud de las personas. Las soluciones que se suelen dar a este tipo de determinantes son coyunturales y efímeras.
La dimensión general se relaciona con las características de la sociedad, en la que está ubicada una persona, una familia, una comunidad. Las políticas sociales y de salud entran en este ámbito y su eficiencia y capacidad de cambio de una situación adversa, es la que debe ser analizada. El presupuesto que se destina a los sistemas de salud, los programas de prevención, la pertinencia de la política pública, son algunos ejemplos de los aspectos que son parte de esta dimensión.
Las transformaciones profundas que se requieren para superar las inequidades sanitarias se ubican en la dimensión general, al abordar aspectos estructurales y permanentes. La Resolución de la 62ª Asamblea Mundial de la Salud analizó las recomendaciones de la Comisión sobre Determinantes de la Salud y exhortó a los estados miembros de la OMS, a que luchen contra las brechas sanitarias en los países y entre estos mediante el compromiso político, sobre el principio fundamental del interés nacional de “subsanar las desigualdades en una generación”. Igualmente, a que desarrollen y apliquen objetivos y estrategias para mejorar la salud pública, centrándose en las inequidades sanitarias; y a considerar la equidad sanitaria en todas las políticas nacionales relativas a los determinantes sociales de la salud. A establecer políticas de protección social integrales y universales, que prevean el fomento de la salud, la prevención de la morbilidad y la atención sanitaria, y que promuevan la disponibilidad y el acceso universales a los bienes y servicios esenciales para la salud y el bienestar de las sociedades.
Dentro del contexto de trabajo de la Fundación de Waal, en su objetivo de generar una cultura de prevención, el enfoque de Ecosalud es sumamente pertinente debido a que su aplicación es universal y puede adaptarse a cualquier tipo de relación entre el ser humano, la sociedad, la naturaleza, la salud y la vida. La actual coyuntura mundial derivada de la pandemia por el SARS-CoV-2 evidencia cómo los determinantes de sociales de la salud establecen una serie de diferencias y posibilidades entre las embarazadas, sus bebés y los niños de hasta dos años de vida, tanto en las tareas de prevención, como si resultan contagiados con este virus. De igual manera, este enfoque nos permite tomar en cuenta los recursos económicos y de espacio que tiene la población más vulnerable para poder aislarse en el caso de estar en riesgo de contagio o en las posibilidades de una mujer de seguir amamantando, si resulta infectada por el virus, por citar algunos ejemplos.
La OMS estableció una serie de recomendaciones específicas para el manejo de las mujeres embarazadas y su atención en los servicios médicos, en el escenario de la pandemia. Una de ellas establece que en el momento del parto, la mujer debe comunicar su cuadro positivo en coronavirus o la sospecha, a fin de permitir que el centro hospitalario se prepare para atenderla en un área exclusiva para evitar el contagio a los profesionales médicos y a los demás pacientes. En el caso de ir acompañada por su pareja o algún familiar, “se requiere que la persona de apoyo debe estar asintomática, no pertenecer al grupo de riesgo de morbilidad de la enfermedad, debe estar sin antecedentes de contacto cercano o convivencia con personas sospechosas o diagnosticadas con COVID-19”, señala la guía “Recomendaciones para el cuidado integral de mujeres embarazadas y recién nacidos” emitida por la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El documento recomienda además, el parto natural y la presencia un equipo conformado por varios especialistas, como obstetras, neonatólogos y expertos en cuidados intensivos a las mujeres y recién nacidos con sospecha o confirmación de infección por COVID-19.
Las condiciones económicas y sanitarias de las mujeres embarazadas que deberían seguir estas recomendaciones, no son similares dentro de un mismo núcleo geográfico, por ejemplo una ciudad, o las brechas son aún mayores entre las urbes y la ruralidad. Las particularidades sociales y económicas se evidencian en estos casos y son determinantes para el agravamiento o recuperación de una mujer embarazada con COVID-19, ya que no todos los centros asistenciales tienen la capacidad de ofrecer un servicio que es fundamental en estos momentos.
Otro aspecto en que se evidencian las inequidades sanitarias y la necesidad de analizar la salud desde el enfoque de la Ecosalud es el relacionado con el sistema inmunológico. Es sabido que para el ser humano, y de manera particular para la mujer embarazada y para los niños, las buenas condiciones del sistema inmunológico son fundamentales para evitar las enfermedades infecciosas o para que el organismo pueda luchar de la mejor manera contra ellas, en caso de contagiarse. También se sabe que el sistema inmunológico de una mujer embarazada “está generalmente suprimido. Sabemos que, con otros tipos de virus, como la influenza (gripe), las mujeres embarazadas tienen un mayor riesgo de enfermedad”.
El enfoque de Ecosalud nos invita a pensar que las características del sistema inmunológico no dependen solo de variables biológicas o fisiológicas de la embarazada y en general del ser humano, sino que están estrechamente relacionadas con las condiciones sociales, económicas y ambientales de la persona y su familia. Esas condiciones tienen que ver con el acceso, disponibilidad y consumo de alimentos nutritivos y balanceados, aspecto que las personas con bajos recursos, en especial en áreas urbanas, no pueden cumplir. Hay suficientes evidencias de que las enfermedades infecciosas, así como las de tipo nutricional, comprometen más a los grupos sociales de bajos recursos y a la población con menor acceso a los servicios que puede ofrecer una localidad urbana o rural. También está relacionado con un adecuado reposo y horas de sueño y con la estabilidad emocional de la gestante y de los niños, por ello la importancia de mantener relaciones familiares armónicas y de cuidado a los más vulnerables en la sociedad.
La exposición a contaminantes ambientales que resultan de la industria, de la carga vehicular y de la deforestación también compromete el sistema inmunológico, haciendo más vulnerables a las madres y a los niños y niñas a padecer de enfermedades respiratorias.
La pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia esta lamentable realidad. Enfrentar la pandemia con el arrastre de esta debilidad y con la crisis financiera estatal de algunos países ha sido un poderoso obstáculo para poder controlarla. La concentración de los pocos recursos existentes para el control del COVID-19 está impidiendo que se cumplan los programas y que se cubran las necesidades de las mujeres en edad fértil,como son el abastecimiento de los métodos anticonceptivos (MAC) y la entrega inmediata de la anticoncepción oral de emergencia (AOE).
Y si recurrimos a la Resolución de la 62ª Asamblea Mundial de la Salud, antes mencionada, los exhortos realizados a los estados miembros de la OMS, claramente piden que los gobiernos deben contribuir a la mejora de las condiciones de vida cotidianas, que favorezca la salud y el bienestar social a lo largo de toda la vida, involucrando a todos los actores pertinentes, y en particular a la sociedad civil y el sector privado. De igual manera se debe contribuir a la emancipación de los individuos y los grupos, especialmente a los colectivos marginados, para que se tomen medidas para mejorar las condiciones sociales que afectan a su salud.
Generar métodos y datos científicos nuevos, o que se utilicen los existentes, adaptándolos a los contextos nacionales con el fin de abordar los determinantes y los gradientes sociales de la salud, así como las inequidades sanitarias.
Esta resolución fue emitida y aprobada en 2009, once años después los sistemas mundiales de salud, con algunas excepciones, son el reflejo de la inobservancia de estas recomendaciones, en medio de una situación sanitaria extrema, en la que las desigualdades sociales y económicas dentro de los países y entre ellos, están marcando la diferencia para enfrentar la pandemia del coronavirus. Mujeres embarazadas, recién nacidos y niños en la primera infancia se ubican entre los grupos más vulnerables, analizando su situación, desde el enfoque integral de la Ecosalud, por lo tanto la respuesta que se dé a su situación debe también ser integral y estructural.
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