Invertir en la primera infancia, para el desarrollo

20 marzo, 2020

La atención, estimulación y recursos adecuados durante los primeros mil días de vida de un ser humano, se reflejan en un mejor desarrollo cerebral y emocional de los niños. Varios estudios determinan que potenciar las oportunidades y capacidades de la niñez beneficia al entorno, haciéndolo más sano y productivo. Y esto es un beneficio que se extiende para toda la vida.

Uno de los significados del verbo invertir es: “utilizar una cantidad de recursos en un proyecto o negocio para lograr beneficios”. Esta definición adquiere una trascendencia mayor cuando la aplicamos a la primera infancia y embarazo y vemos cómo la preparación, el tiempo, los servicios, y todo aquello que los padres y la sociedad puedan hacer en los mil primeros días de vida (Embarazo + primeros 2 años de vida) de un niño se reflejará en un desarrollo integral, con mejores capacidades y mayores oportunidades.

Desde el embarazo y hasta los primeros  dos  años de un ser humano, el desarrollo cerebral se realiza rápidamente. De acuerdo con el Centro para el Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard, el cerebro de los bebés forma más de un millón de nuevas conexiones neuronales por segundo. Este ritmo, irrepetible en otra etapa de la vida, evidencia que se debe contar con la atención, una adecuada nutrición, protección y estimulación, que acompañen este proceso fundamental para establecer las bases para el futuro del niño. El desarrollo del cerebro es una parte esencial durante el embarazo y de la primera infancia, gracias al cual los niños y las niñas adquieren las habilidades físicas, cognitivas, emocionales y comunicacionales para el resto de su vida. El no invertir en esta etapa implica altos costos económicos y sociales para las comunidades y los países.

Open University[SST1]  2012 – Proceso de desarrollo del cerebro humano

La relevancia de invertir en salud, educación y en la generación de ingresos que afecten positivamente a la primera infancia de los seres humanos es uno de los enfoques principales de los estudios del Premio Nobel de Economía, James J. Heckman. Su trabajo como experto en economía del desarrollo humano, en conjunto con psicólogos y neurocientíficos, ha evidenciado que el desarrollo que alcanzan los niños durante la primera infancia influye directamente en la salud, la economía y los procesos sociales para cada individuo y  por ende para cada sociedad.

El profesor Heckman explica su pensamiento de esta manera: “un momento fundamental para dar forma a la productividad comprende desde el nacimiento hasta los cinco años, cuando el cerebro se desarrolla rápidamente para construir las bases de las habilidades cognitivas y conductuales necesarias para alcanzar el éxito en la escuela, la salud, la profesión y la vida”. Para el Nobel, brindar la educación adecuada durante la primera infancia promueve las habilidades cognitivas junto con las habilidades conductuales que convierten el conocimiento en experiencia y a las personas en ciudadanos productivos, empáticos y resilientes.  Indica además que los programas prenatales tendrían hasta un mayor retorno a la inversión. Y de manera contraria, cuando la gestación y la primera infancia de un ser humano se producen en entornos adversos y sin los cuidados adecuados, existe el riesgo de que niños y niñas adquieran enfermedades o deficiencias que generen una discapacidad o que limiten su desarrollo para toda la vida.  

En ese sentido, vemos que la falta de planificación de los embarazos es aún un problema por resolver a nivel mundial y específicamente en América Latina. De acuerdo con el Informe Anual: Una Visión, Tres Ceros, publicado en 2018,  por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el 10% de las mujeres latinoamericanas, entre 15 y 49 años no cuenta con algún tipo de planificación familiar. Este documento también señala que, pese a que se registran mejoras en las tasas de mortalidad materna y neonatal, “el acceso a una atención médica de calidad, está aún fuera del alcance de muchas mujeres embarazadas”.

Entre lo que se conoce como entornos adversos se pueden indicar factores del matro, patro, micro y macro ambiente, por ejemplo: pobreza, contaminación, violencia, malnutrición, estrés crónico, falta de asistencia médica, embarazos no planificados/deseados, embarazos en adolescentes, falta de protección y estimulación y enfermedades e infecciones.  Vemos entonces la importancia de que la inversión en primera infancia sea oportuna y de esta manera permita que niños y niñas desarrollen todo su potencial. Los beneficios son intergeneracionales ya que puede romper ciclos de pobreza.

Heckman basa sus argumentos en su estudio de caso “The Long-Term Benefits of Quality Early Childcare for Disadvantaged Mothers and Their Children”, que se implementó en la ciudad de Ypslanti en Michigan (EE.UU.) en 1962, en el denominado Proyecto Preescolar Perry. A principios de 2000, el economista comenzó a analizar los datos que dejó este experimento social, que se aplicó a 123 alumnos de una misma escuela, en una zona pobre de la localidad. Estos fueron divididos aleatoriamente en dos grupos. Uno de ellos, de 58 niños, recibió una educación preescolar de alta calidad y el otro, de 65, no.

El objetivo del proyecto consistió en probar si el acceso a una buena educación infantil mejoraría las capacidades de los pequeños con menores oportunidades y esto les generaría éxito en las demás etapas escolares y en su vida futura. Al analizar los resultados el profesor Heckman evidenció que el grupo que recibió educación preescolar de calidad desarrolló más sus habilidades sociales y emocionales en las siguientes etapas de su vida. «Constatamos que los participantes tenían más probabilidades de estar empleados y muchas menos probabilidades de haber cometido crímenes», dijo el experto. Por ejemplo, el 67% de los participantes en el Proyecto Perry completaron su educación secundaria, frente a un 40% de estudiantes, que no fueron parte de este proyecto.

A una mayor escala, las conclusiones de este estudio de caso determinaron que para los gobiernos que invierten en el desarrollo de la primera infancia, el porcentaje de retorno es muy alto, se sitúa entre el 7% al 13,7%. De la misma manera se registra una mejora en los ingresos individuales de hasta un 25%.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señala que la pobreza es un factor determinante en los países de ingresos medianos y bajos. Un total de 250 millones de niños menores de 5 años corren el riesgo de no desarrollar su potencial, a causa de la falta de recursos y de los retrasos en el crecimiento. Esto incide directamente en las posibilidades de desarrollo de nuestros países.

El artículo científico Risk of poor development in young children in low-income and middle-income countries: an estimation and analysis at the global, regional, and country level publicado en 2016 por The Lancet estima que en promedio en América Latina entre 14 a 18% están en peligro de no logran aprovechar todo su potencial (Bolivia 25%, Ecuador 28%, El Salvador 14%, Honduras 44%). Esta estimación solo toma en cuenta los indicadores de desnutrición y extrema pobreza. Si se toma en cuenta otros factores como la pobreza en general, la falta de embarazos planificados/deseados, asistencia médica, partos respetados y ambientes de apoyo, estos porcentajes en los países donde la Fundación de Waal (FdW) opera, podrían estar sobrepasando el 50% de los niños de hasta 5 años.  Esto solo en nuestros 4 países representa más 2 millones de niños.

Para Unicef, los riesgos asociados a la pobreza, como la desnutrición y el saneamiento deficiente, pueden causar retrasos en el desarrollo e impedir el progreso escolar. Lo sostienen claramente en sus programas de Desarrollo de la Primera Infancia: “el desarrollo deficiente del niño en la primera infancia puede acarrear pérdidas económicas para un país; en la India, esa pérdida equivale aproximadamente al doble del producto interno bruto destinado a la salud”, afirman.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) plantea que la desigualdad es algo que ya está presente desde el embarazo y que para combatirla se debería hacer intervenciones en fases tempranas durante la vida con padres e hijos.

En su Informe sobre Desarrollo Humano 2019, esta agencia de la ONU explica que las desigualdades pueden comenzar antes del nacimiento, y muchas de ellas pueden acumularse a lo largo de la vida de un ser humano, volviéndose una realidad persistente. Las desigualdades pueden evidenciarse de diferentes maneras, pero aquellas relacionadas con la salud, la educación y la situación socioeconómica de los padres suelen ser recurrentes y a su vez afectan a la salud, la educación y los ingresos de sus hijos.

“Los niños nacidos en familias de ingreso bajo son más propensos a gozar de mala salud y a alcanzar niveles de estudios más bajos. Aquellos con un nivel de estudios inferior accederán probablemente a salarios más bajos, al tiempo que los niños con peor salud tienen mayor riesgo de no poder asistir a la escuela. Cuando los niños crecen, si forman una pareja con otra persona de un estatus socioeconómico similar, las desigualdades pueden transmitirse a la siguiente generación”, detalla el Informe.

Desde la FDW creemos en la importancia de invertir en la primera infancia, sin embargo, el trabajo debe empezar desde la planificación familiar, los cuidados durante el embarazo, parto y nacimiento. Mientras antes podamos intervenir, más oportunidades tendremos de garantizar la salud y prosperidad de nuestra infancia y mejores resultados tendremos en cada inversión. Desde esta perspectiva la FdW creó la Campaña Buen Comienzo Mejor Futuro que vincula el trabajo de prevención para asegurar que cada niño y niña tenga los cuidados necesarios al inicio de su vida y puedan prosperar en su vida adulta.


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